viernes, 30 de enero de 2009

Cabañuelas.

Creencia popular que consiste en predecir las condiciones climatológicas de cada uno de los meses del año a partir de la observación de cada uno de los días del mes de enero. Según esta creencia, el primer día de enero corresponde a este mes, el segundo día a febrero, y así sucesivamente hasta llegar al 12 de enero que correspondería al mes de diciembre; luego, a partir del día 13, se cuentan los meses al revés, correspondiendo el 14 a noviembre; el 15 a octubre, etc. Los últimos seis días de enero se cuentan a razón de dos meses para cada día; de esta manera, el día 25 correspondería a los meses de enero y febrero; mientras que el día 30, a los de noviembre y diciembre. Finalmente, cada hora del día 30 y uno abraza de manera sucesiva dos meses.

Las cabañuelas empiezan el primero de enero y salen hasta el día 31; primero van corriendo los meses del uno hasta el 12 de enero, del 13 al 24 de enero, los meses se regresan. Luego, los meses se vuelven a contar diariamente, pero van en pares, el día 24 salen de dos en dos: enero y febrero, marzo y abril, mayo y junio. Finalmente, el 31 están saliendo los meses cada hora de dos en dos.

(María Dolores Cárdenas Bravo; Hualahuises)

domingo, 25 de enero de 2009

Cabresto.

Soga hecha con crin de caballo, vinculada a las faenas rurales y con algunas nociones mágicas. Se asocia a los tesoros: la colocan sobre el dinero escondido y se convierte en víbora cuando otros intentan desenterrarlo. En el mismo orden de ideas, un diablero transforma reatas en ofidios para intimidar y probar el valor de sus compañeros. Los vaqueros evocan el uso del cabresto negro contra peligros humanos y animales; la soga, colocada en el campamento, semeja a la víbora prieta y ahuyenta a la serpiente de cascabel. A lo anterior se suman las siguientes narraciones o creencias: un indio usaba una de estas sogas con un sombrero en uno de sus extremos para saber por dónde venían los enemigos y cuántos eran; otro individuo “cabresteaba” la tierra al tiempo que le hablaba a un remolino de viento (manipulando al remolino de un lado para otro). Tener un cabresto negro y buen caballo implica ser una persona preparada y de valor. Además, los individuos embrujados pueden mejorar su salud si son “cabresteados” (azotados con dicho lazo).

Se hacía con esa crin de caballo un cabresto: una reata, y si era una enfermedad leve con ésa se curaban (o con tierra del marrano...). Aquí el cabresto de cerda de caballo se acostumbraba de cualquier color.

(Gregorio Gámez Villanueva; Mier y Noriega)

Las reatas negras las ponían para que no se arrimara la víbora de cascabel, porque viendo la serpiente de cascabel a la víbora negra (la víbora prieta), le tiene miedo; por eso se ponía un cabresto alrededor de donde uno dormía, para que no se arrimaran las de cascabel.

(Sr. Arévalo Villanueva; Linares)

El último cabresto que vi yo se lo hizo un señor que se llamaba Genovevo Salazar; él era de aquí, de San Vicente. Se lo regaló a un hermano mío –en paz descansen los dos.

Fue un trabajo bien acabado ¡qué artistas ni qué nada! ¡Bien bonito! Una cosa ¡bien acabada!, que ni de fábrica.

Ese hombre tenía muchas bestias y trabajaba mucho eso: la cerda, la crin del caballo. Ese cabresto era de color negro y blanco; tenía un hilo blanco, era una especialidad ¡pero bien retorcido, una cosa bien bonita!

(Román Flores Ramos; Melchor Ocampo)

Una noche estaba sentado junto a una fogata con un guardia cuando ambos vieron que algo se acercaba arrastrándose como reptil. Pensaron que era una víbora, pero ambos se llenaron de terror al ver que lo que serpenteaba no era sino la soga, que se detuvo ante ellos a unos siete metros, entonces empezó a alargarse y a aumentar de diámetro, un extremo se volvió abultado, se formó una boca con dientes cónicos y afilados, enormes ojos aparecieron al mismo tiempo que los orificios de la nariz, y una lengua delgada y dividida en dos por la punta se distinguió. Se cubrió de escamas verdosas. Al fin la soga se transformó en una serpiente (...)

El teniente murió después de pasar por terribles sufrimientos. En su peor pesadilla soñaba que una soga se transformaba en serpiente y lo atacaba. A pesar de haber sido un hombre muy cruel, con sus sufrimientos pagó el daño que hizo a otras personas durante su vida.

(Georgina Arrambide, “El misterio de la soga”, General Terán, en: Colectivo, Silueta de mi sombra,p. 8-9)

Véase: Bruja, Caballo, Diableros.

martes, 20 de enero de 2009

Cacalote o Cascalote.

Véase: Cuervo

jueves, 15 de enero de 2009

Cacería.

Es relativamente común la caza de animales como una forma complementaria de sustento alimenticio (venado, aves silvestres, tejón, rata del monte); para obtener instrumentos y productos (piel de víbora para cintos, concha de armadillo para colgar cosas); con propósitos mágico-decorativos (cola y pata de conejo, uña de león, colmillos de oso y jabalí); con intenciones comerciales (cueros de felinos y zorra); para usos terapéuticos (piel y grasa de coyote, cebo de tlacuache, huesitos de víbora de cascabel). En muchas comunidades rurales sacrifican animales salvajes por necesidad alimenticia. Cazar animales de manera exagerada propicia el encuentro con bestias cuya visión y gritos atemorizan a los monteadores. Tal es el caso de un venado al que no se puede matar, a veces identificado con el diablo.

Un buen cazador debe tomar en cuenta –entre otras– las siguientes circunstancias: época del año, dirección del viento, tipos de rastro y olor, lugares que frecuentan los animales, las características de los ojos del animal ante el reflejo de la luz, diversas técnicas como untarse hierbas, dar de comer a los perros trozos de corazón de venado, usar trampas de hierro, lazo y anzuelo. Naturalmente, existen muchas exageraciones y relatos jocosos vinculados a la práctica venatoria; por ejemplo, del norte al sur de la entidad es posible oír relatos acerca de cazadores ciegos que atinan a su presa apuntándole con el oído, o de otros que sujetando armadillos de la cola, son arrastrados cientos de kilómetros bajo tierra, finalizando su odisea con la muerte del animal, desbarrancado en las márgenes del río Bravo.

Es metáfora de emboscada, persecución y asesinato de personas.

A un tío mío lo mordió un oso, y entonces mataron al oso porque ya iba herido cuando lo mordió. Lo mataron y le quitaron los colmillos... y esos colmillos se los encargó un señor para hacer un llavero, como para un llavero.

(Refugio Flores Peña; Villa de Santiago)

Pos fíjese que en El Milagro no acostumbrábamos cazar; a duras penas, cuando mucho, un conejito, un conejo. Porque las liebres nunca las querían mis hermanos, las liebres no.

Y aquí, en Icamole, acostumbran comerse el tlacuache, el tejón, las liebres, las ratas; pero allá en El Milagro, mis hermanos no.

O sería que estábamos... por ejemplo, el río llevaba mucho pescado ¡bastante!, así es que iban y pescaban, sacaban las... de pescado ¡bastante!, y teníamos mucho cabrito, muchas gallinas; si por suerte se nos iba una vaca pa la vía y la mataba el tren, ¡pos ya nos la comíamos entre todos!

Y les digo, todo el ranchito comía, yo creo por eso era que casi no cazaban.

Cuando mucho, mucho que mataran, que agarraran en las trampas –cuando andaban con las trampas– en tiempo de frío, un conejo.

(Hipólita Coronado Rojas; Villa de García)

Ahí en La Chilosa hubo un... –el ojo de agua es La Chilosa– un venado que nadie lo dominó. Según dice la gente, ¿verdad?, y muchos, que nadie lo dominó; dicen que se venía caminando el venadito ¡grandote!, astas grandes.

Y entre más le tirabas [disparabas], más se acercaba, entre más le tirabas, más se acercaba, en la mera frente; y como te digo, buenos tiradores [cazadores].

Ésos no fallaban con una carabina treinta treinta, entre más le tiraban y le pegaban, más se acercaba. Y ahí viene y ahí viene, hasta que no había más que... lo veían que... los ojos, los ojos del venado, ¿verdad?, como que aventaban lumbre. Además sacaba la lengua así [gesto a manera de imitación], sacaba la lengua al tirador como saboreándose.

Y ya, por decir, a diez metros ¡otro disparo!; y ya no se acercaba el venado, nomás les sacaba la lengua el venado, ¡pero grande!, no creas que chiquillo ¡un venadote! Sacaba la lengua nada más...

Lo que dicen los buenos cazadores que hubo... que le miraban los ojos como brillosos y que... caminaba un poquito más, así, y se paraba otra vez. Y como la carabina treinta es de siete tiros dejaban uno pa... pa... ya mejor no le tiraban...

Bueno, y decían que era una protección de los animales, que eso era una protección de los animales que siempre habían matado. Porque los mataban encandilados con luz o cuando tenían que bajar al agua, eso es lo que decían.

Los mataban porque allí era... la gente cazaba de noche (...)

Y yo creo que ése podía ser... pos un apoyo para que ya no los cazaran de una forma tan inútil, ¿verdad? Porque los encandilan, los emboscan con ventaja cuando van al agua.

(Manuel López García; General Terán)

Véase: Armadillo, Cócono, Conejo, Coyote, Jabalí, León de la sierra, Lobo, Nagualismo, Oso, Pantera, Tejón, Tlacuache, Venado, Víbora, Zorra.

sábado, 10 de enero de 2009

Cadernal (Cardinalis cardinalis).

Ave de plumaje comúnmente rojo; afirman que es corajuda y, por tanto, no puede permanecer largo tiempo en cautiverio. Algunos añaden que se golpea contra las paredes de la jaula hasta causarse la muerte. Su nombre es una metátesis de “cardenal”.

lunes, 5 de enero de 2009

Camaleón (Physrnosoma cornutum).

Reptil al que se asigna influencia benéfica en cuestiones de amor; se utiliza como amuleto (disecado, molido). Además, nuestra gente le atribuye poder sobre los vientos y las aguas; acostumbra colgarlo de cercas y arbustos en tiempos de sequía para invocar corrientes de viento y lluvia. Se suele decir que se alimenta de aire y algunos lo llaman “torete”.

Todavía ahorita dicen que hay gentes que se protegen con animalitos del monte pa que haiga cariño.

Bueno, a mí me platicaba un muchacho amigo mío –ya hace muchos años–, me platicaba que el camaleón era muy bueno porque lo matabas y lo ponías a secar, y ya seco lo molías. Y afirmaba que luego se usaba el polvo, ¿verdad?, para echarle a las mujeres. Entonces las mujeres ¡pos se casaban o se enamoraban de aquella persona!, de aquella persona que les echaba polvo de camaleón...

La gente más antes pescaba el camaleón... ya ven que ese animalito tiene unos cuernos, bueno, ahí en esos cuernos le amarraban cualquier hilito y lo colgaban, y cuentan que a los dos, tres días, se venía el agua, la lluvia.

Pero ésas eran costumbres que ya pasaron, porque ahorita no, –cómo les diré– ahorita la gente pos no es creyente.

(Juan Cruz Alonso y Jesús Cruz Alonso; Lampazos)

Los camaleones son pa la buena suerte. En mi sierra sí hay porque una vez pisamos dos yo y mi abuelo. Andábamos por entre el monte siguiendo unos venados y salieron dos animalillos de ésos. Son así como sapos, pero de color gris y con bastantes puntitas arriba, puntitas así como las que tienen las iguanas.

Esos camaleones mi abuelito los mató con el rifle, ¡pero ni les salió sangre!, y cuando se los echó a la bolsa iban pataleando, casi vivos.

Se los echó a la bolsa y luego ¡pal mes o dos! ya decía la gente “¡ah, Valeriano trae... si bieras visto la muchachona que trae!”. Y eso que ya... ya está viejo mi abuelo. Bueno, pues así como está de viejo, decían “¡no, si bieras visto la muchachona que trae Valeriano, nombre, te asustas!”.

Ese camaleón que mató y guardó mi abuelo se fue acabando en la bolsa y quedaron los puros huesos; después de traerlo en la bolsa tanto tiempo se secó el animalito.

Trayendo un camaleón se te pegan las muchachas. Haz de cuenta que alguien dice “¡ira! qué bonita aquella muchacha”; así, la muchacha al ver a alguien que porta un camaleón presiente algo –pero por el animalito. Entonces ella va y le habla al muchacho (la mujer sola, sin que el hombre le hable). Va la muchacha sola a declarársele al chavo, y eso es por el animalito, por el camaleón.

En el pueblo yo he visto a mucha gente que los trae, o sea... más bien les he tocado las bolsas donde los llevan; así, a amigos míos les atoco las bolsas y les digo:

–¿Qué traes ahí?

–Nombre, nada –contestan, pero no les creo.

–¡Órale!, me tienes que decir qué traes ahí.

Así, hasta que algunos me dicen por fin qué traen. Entonces sacan el camaleón forradito pa que no se acabe, pa que dure muchos años.

Eso lo he notado en primos y amigos. Un amigo y un primo míos tienen un rancho llamado La Hacienda Villafaña, que está en la salida de Monterrey, allá donde termina Monterrey. Ellos usan el camaleón, o sea, van a la cacería y matan animales de ésos, y cuando los venden, los venden en dos o trescientos mil pesos, máximo cuatrocientos; así, camaleones grandotes y chiquitos.

(Víctor Hugo Briones Valdez; Rayones)