domingo, 10 de agosto de 2008

Chango.

La imagen del chango, mono o gorila, aparece de variadas formas. Su encuentro y visión nocturna están relacionadas con el diablo. Algunas madres campesinas atemorizan a los niños con la idea de que se los va a llevar el chango, incluso hay quienes evocan la existencia del primate en algún rincón del cerro de La Silla o en parajes de General Terán. En Linares y el sur de Nuevo León se recuerdan personas “encartadas” de chango: descendientes de cruzas entre humanos y la bestia; en este último caso, nos encontraríamos ante el recuerdo de mestizaje con individuos cuyo fenotipo era marcadamente afromestizo, o de cierta etnia aborigen (Nuevo León contó, durante la época colonial, con un importante componente poblacional negroide, y en el sur del mismo habitó una tribu de indios “negritos”). Chango es también un vocablo para denominar al viejo de la danza de matachines, y en el sur del estado se recopiló cierta referencia a un “chango-gorila” que produce los truenos.

Las magias de las brujas las sacan de libros, esos libros de magias traen todo, todo traen; yo una vez estaba leyendo uno ¡de esos libros de magia!, pero no tuve valor de hacer las cosas que ahí venían. Ahí decía, por ejemplo, que un huevo de gallina -¡pero de una gallina negra!, ¡hasta las patas debe de tener negras!-, se enterraba en un estiércol de caballo, o sea, en un montón de cirre de caballo. Ese huevo, ya enterrado, debía ir usted a regarlo todas las noches a las doce de la noche. Haciendo eso, a los 21 días sale un changuito, así, un changuito, como un chango, igual. Sale un changuito y habla, dice:

–Qué desea de mí, dígame qué es lo que desea.
Entonces ya responde uno:
–Pos yo quiero tener bastante suerte, quiero ser poderoso.
–Pues dime en qué forma quieres tener suerte y ser poderoso –pregunta el chango.
Y ya vuelve a contestar uno, ¿verdá?:
–Yo quiero ganar dinero en la carreras o en la jugada de baraja.
–No, pues está bueno.
Y se dicen unos cuantos rezos, se dicen unos cuantos rezos pa que se aparezca aquel, aquel animalito. Nomás se aparece y luego, luego le dice a usted, le habla él:
–¿Qué desea?
–No pos esto y lo otro, o esto y lo otro –dice uno.
–Ta bueno –dice el changuito.
Y está arreglado todo.
Eso era lo que hizo un amigo de mi papá, don Sigifredo Espinoza, él hizo el changuito ese. Llegaba a una jugada de baraja, llegaban papá y el hombre ese, y le decía el segundo: “Nomás a la carta que le vaya yo apuéstale tú también, y échale lo que quieras”. Y no perdían ¡para nada! Toda la suerte se venía con ellos. Porque ahí se le aparecía el changuito, y nomás don Sigifredo lo veía. Le decía a papá: “Échale estos dineros al rey de copas, apuéstale lo que quieras”.
Ese monito es esclavo de uno y no crece, está en un solo punto; es un animalito chiquito, así, cabe en la palma de la mano. Ése no se muere, es espíritu, es un espíritu.

(Hipólito Reyna Sánchez; Linares)

¿Manuela la pamorana?, era de más antes esa mujer, india legítima, yo creo. Pero era negrita, negrita, y tu abuelo también era negrito, negrito. Más antes había mucha gente así, pero ya después se fue mezclando y mezclando...
Esos estaban negritos porque eran indios legítimos. Allá, en el ejido, por eso le pusieron el Cerro Prieto, porque más antes había mucha gente prieta. Había unos señores bien feos, que serían “encartados” [cruzados] de chango; yo conocí a dos de esos señores, tenían las narizonas de este tamaño, anchas y abiertas, bien feos. Estaban chatos de la cara, ¡cosa horrible!, y la boca así, grande y salida.
Dicen que ésos eran encartados de mono, de mono chango, de los de más antes.
Digo yo que ¡pos no habría mucha gente!, yo creo que los changos bajaban del cerro y engendraban, ahí, con las... con las mujeres, luego salían los hombres bien feos; a dos conocí yo, eran... eran tíos de Hilario Martínez.
¡Pero cosa horrible!, eran dos señores los que conocí, nomás los miraba uno y le daban miedo, le daban miedo.
Sí, le decían Cerro Prieto ¡pos porque había mucha gente prieta!

(Rosa Pequeño Delgado; Linares)

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