lunes, 10 de septiembre de 2007

Mezquite (Prosopis laevigata).

Árbol típico de las zonas áridas y semiáridas de México. Aparece en el habla campesina y la lírica tradicional como un símbolo de la geografía y población norestenses; metáfora de probables raíces prehispánicas, ya que el fruto de sus vainas era fundamental para la alimentación de las etnias que habitaron la zona (los documentos coloniales registran una tribu de indios llamados Mezquite). En algunas comunidades se conservan vestigios de una visión mística en torno al mismo; por ejemplo, en un rancho de Sabinas Hidalgo existió una pareja de ancianos que le rezaban regularmente a uno de estos árboles. En el ejido San Rafael, de Mier y Noriega, la fiesta de la Santa Cruz giraba en torno a un mezquite que con el paso del tiempo sufrió la mutilación de sus ramas para dejar la forma de una persona crucificada, figura alrededor de la cual se construyó una pequeña capilla.

Su madera es apreciada como combustible (elaboración de leña y carbón), así como para la realización de diversos objetos, desde algún cáliz y puerta para iglesias, hasta bancos y canoas (pilas de agua) en localidades de la sierra. A sus ramas y vainas también se les conciben virtudes terapéuticas.

Algunas personas creen que atrae los rayos; otras, que reverdece con la sequía.


Entonces sentí la caricia fresca de la sombra de un árbol y me di cuenta de que, efectivamente, allí a un lado de la tumba, crecía un añoso y retorcido mezquite, con el tronco ya grueso y cuyo follaje daba sombra y protección al lugar. Se ignora si una mano piadosa lo plantó allí o nació de una semilla llevada por el viento y que, en forma casual, fue depositada junto a los restos de aquellos tres valientes [los generales norteños: Pablo González M., Ernesto Aguirre, José Carlos Murguía].

El sepulturero lo explica así: “Tal vez, como ellos anduvieron tantos días por el monte, en su ropa o en sus zapatos agarraron la semilla y, al ser enterrados, se cayó y quedó sobre la tierra; la lluvia, el sol y sobre todo Dios, hicieron lo demás”.

(Victoria Von Hersen, “Una tumba para tres generales”, en: La sonrisa de la historia: 206)

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