jueves, 25 de octubre de 2007

Maguey.

Los hombres y mujeres primitivos de la región elaboraban con las puntas del maguey (Agave lechuguilla, especialmente) raspadores y agujas; también, con sus fibras y las de la palma (Yucca carnerosana) fabricaban utensilios de jarciería y cestería, objetos que formaban parte importante de su vida cotidiana porque eran utilizados en sus tareas de pesca y recolección o como probables ornamentos rituales. Por ejemplo, en cuevas de Coahuila, los arqueólogos han recopilado y estudiado hilos y cordeles, pelucas, asidores para objetos calientes, redes, bolsas, capas, mantos, faldas y otros tipos de vestimenta.

Los habitantes indígenas del actual noreste de México también utilizaron la planta como parte esencial de su alimentación –se ingería asada–, y como fuente de bebidas dulces o embriagantes (fermentadas). Siguiendo una reconstrucción de su aprovechamiento del medio ambiente, en un ecosistema tipo oasis (desierto-ciénagas-sierra), podemos precisar que de primavera a verano aprovechaban el aguamiel; de verano a otoño el quiote y la raíz; luego, del otoño al invierno se ingería aguamiel y mezcal, pencas asadas de la planta en barbacoa. Finalmente, en el invierno –o periodos de mucha escasez– se ingería el bagazo del mezcal.

La población nuevoleonesa, sobre todo en la zona sur-serrana, sigue aprovechando las plantas de este tipo en la construcción de sus casas, para formar con sus pencas canales de riego. También se usa como objeto funerario o elemento decorativo, como forraje para el ganado, en la preparación de aguardiente o la exquisita barbacoa de pozo; asimismo, se consume regularmente su aguamiel y el quiote tatemado.

En las zonas semidesérticas la talla de lechuguilla y la elaboración de productos derivados fue, hasta hace algunas décadas, una de las pocas y raquíticas –pero seguras– fuentes de ingresos. Hasta la fecha, en comunidades aisladas se recolecta y talla lechuguilla para fabricar objetos de ixtle como estropajos, escobetillas y cordeles (en caseríos de Iturbide, Galeana, Aramberri, Zaragoza, Doctor Arroyo, Mier y Noriega, Villa de García, Bustamante y Villa de Santiago).

La importancia pretérita de la lechuguilla en Nuevo León ha quedado registrada en un verdadero fósil viviente, un mito cosmogónico sobre la planta, el cual es, a la vez, todo un mito cultural.

La lechuguilla no se acaba, ésa existe por siempre porque ésa es la ayuda de la pobrería, es la ayuda. Cuando no hay trabajo las gentes se van a tallar, traen sus manojos de ixtle, y ya tienen con que ir a comprar (con eso). Eso sí, para eso es la lechuguilla. Por eso está; yo creo diosito mandó ese... esas lechuguillas, ahí, a los montes, pa que ¡pos nos mantuviéramos!, porque en los ranchos no había otros trabajos, sólo eso, todos trabajábamos en eso.

Nos vestíamos, nos... comíamos, y había veces que hasta nos sobraba feria.

(Juan Esparza Alvarado; Rayones)



–¿En qué ha trabajado usted?

–Puro tallar lechuguilla desde niño.

–¿Dónde venden lo que tallan?

–Más antes aquí en García, con el Sr. Pedro Lozano.

–¿Sí sale para pasarla?

–Sí, ahí sale.

–¿Sigue tallando?

–Sí.

–¿A cuánto pagan el kilo ahorita? [mayo, 1998].

–A $8.50 primero, y bajó a $7.50.

–¿Cuántos kilos talla usted diario?

–Cinco o seis, pero ya casi no hay, ahora casi no ha llovido.

–¿Hay más gente cerca de aquí que también talle?

–No, pues no. Tengo hijos y hijas en García, uno trabaja en la presidencia y otro en las huertas.

(Feliciano Nuño Gallegos; Villa de García)

Quiero contarles una leyenda que escuché de labios de la gente de Mier y Noriega, por allá tienen una leyenda sobre la lechuguilla que por aquí también la conocen: es una de las plantas que se da en las zonas desérticas o semidesérticas y tiene su leyenda de acuerdo a las tradiciones de esta gente.

Ellos platican que cuando no había todavía gente de color pálido como nosotros –porque por el lado de Mier y Noriega, Aramberri y Zaragoza había una raza media negroide, natural de la región, entrando a un terreno un poquito más o menos histórico–, hay esta leyenda que dice cómo fue que un dios bajó de los cielos para decirle a un indio cómo hacer para vivir y le prometió tres cosas: sustento, casa y cobijo.

En aquel entonces perseguía esta gente a pie corriendo los venados para cazarlos; los cazaban por cansancio, los cazaban los conejos también por cansancio, a pedradas, con un palo, con lo que encontraban a su paso. Sucede que un día, uno de tantos cazadores quedó aislado de todos los demás y por allí, en los pocos montes que hay pegados a la sierra, se aparece un dios y le dice:

–Muchacho.

–Dime señor, ¿de dónde saliste?, ¿dónde estabas tú?, ¿qué pasó?, ¿quién eres o qué?

–Yo soy un dios. Tuvimos una junta los dioses en el cielo y optaron por mandarme como enviado a decirte que tú serás también enviado a tu pueblo a decirle que yo vengo a ofrecerles techo, sustento y cobijo.

–¿Y...?

–Porque ustedes tan paseándose nada más, no hacen asentamientos humanos, son nómadas, cambian de lugar a cada rato, y eso nos está preocupando a los dioses. Necesitan ustedes ubicarse en lugares.

–No me lo van a creer.

–No, sí te lo van a creer. Ten la seguridad, yo te voy a apoyar.

Entonces de la nada sacó una lechuguilla, una planta de lechuguilla y le dijo:

–Diles a tu pueblo que lo siembren en las laderas de los cerros y que yo, que soy el encargado de reproducir la lechuguilla, tendrá reproducción suficiente para que ustedes tengan techo, sustento y cobijo.

Aquel amigo se fue loco de gusto y llega a su pueblo:

–¿Y saben qué?¡Me dieron esto! Me encontré un dios, se presentó conmigo, ¡por dios santito, miren hombre!

–No, no, no, ni por ese dios santito ni por todos los dioses te lo vamos a creer, tás loco tú, ¿de dónde arrancaste esa planta? Oye, por cierto que es bien rara, ¿esto dónde nació o qué?

–Nombre de veras, me dijeron que la pusieran allí hombre, allí en las laderas, allí donde hubiera más o menos humedad, allí va a crecer; yo sé lo que les digo. Yo vi al dios, él me la dio.

–¡Nombre, sácate!

No, pos aquél, es más, fue repudiado por su gente. Él se fue, pues no había más que hacer. Fue y muy tristemente hizo un pocito por allí, entre unas piedras; allí sentó la lechuguilla, le echó un puño de tierra arriba y empezó a llorar (decepcionado de su gente) y con sus lágrimas hizo que en cada lágrima brotara una lechuguilla. Se quedó asombrado, pero no por eso dejó de llorar y cada lágrima que derramaba aquel muchacho era una planta de lechuguilla que se reproducía. En sus ratos de ocio –porque él ya no volvió a la tribu– en uno de tantos días de coraje agarra un palo, le quita una hoja y le pega a esa hoja, porque tenía espinas, era lo peligroso, y le pega y le pega y entonces ve que tiene una fibra; saca unas cuantas fibras, las deja ahí tiradas. Pero a los pocos días que regresa vio que la fibra estaba todavía ahí y ya estaba seca; por no dejar, la toma y la empieza a hilar, la empieza a hilar, la empieza a hilar y ya tenía un cordoncito, un cordoncito que fue creciendo, lo dobló, fue creciendo en grosor también, lo volvió a doblar y vio que tenía suficiente resistencia. Para entretenerse fue y cortó una vara por ahí, echó un nudito por un lado, echó un nudito por el otro y luego le dio la restirada a ver qué onda; ahí ya hizo un arco, con él se entretenía y entre más lo ajustaba, tuum, tuum, tuum, un sonido musical con el que se entretenía (algo tenía que hacer, andaba solo). Tuvo entonces hambre y pos cortó otra vara y se fue a perseguir un conejo. Ahí va a la carrera, pero pos no, no pudo alcanzarlo; total, no iba a comer ese día. Para no dejar y por entretenerse pescó aquella varita con los dientes, hizo una ranurita, enderezó bien la varita, la puso allí y empezó a jugar: ¡fuit! ¡ah!; tons se fijó que llegaba lejos y le estiró más: ¡fuit!, y ahí iba a buscar el palito, ¡fuit! y dijo “no pos ya la hice”. Pos con los dientes también empezó a sacarle punta, y entonces sí, volvió a pasar un conejo; no staba muy fogueao –entonces no había armas de fuego, aquellas que: pum, pum, pum, pum, pum, y no vuelves a ver un conejo nunca. Agarró puntería y le pasó cerquita, dijo “no, entonces sí lo alcanzo, voy a practicar”. Y en una palma empezó a practicar y a practicar y a practicar y a practicar, hasta que dominó aquel aparatito que había inventado. En una de tantas alcanzó un conejo y dijo “tenía razón el dios, ya tengo comida, ya tengo sustento” (se estaba cumpliendo una de las promesas del dios). Fue y arrancó más hojas y las puso a secar, y entonces juntó bastantes cordoncitos y para no dejar se puso a tejerlos; hizo el primer costalito y se cubrió con él porque empezaba ya la temporada de frío. Se cumplía otra de las promesas del dios: tenía cobijo; y para no dejar, siguió haciendo costales, cortó cuatro o cinco varas, las puso en forma de cono, las cubrió con aquello, y ya tenía también cobijo, techo; tonces se sombrió ya en ese árbol, en ese, en eh, en esa choza que hizo, vaya, improvisada.

Alguien lo echó de menos en la tribu, alguien dijo: “¿Dónde está el loco aquél, no volvió, se habrá muerto? –dijo–, habrá que buscarlo porque es temporada de cambiar, es temporada de irnos de este lugar para donde haya más cacería, donde halla más comida, donde halla más fruto, donde halla más sustento”.

Y lo encontraron a aquél dormido muy cobijadito, a la sombra y bien harto, y con tres o cuatro conejos muertos para prepararlos a la hora que fuera. Entonces aquellas gentes dijeron: “¡Mira! Es cierto lo que los dioses dijeron, es cierto lo que él decía, y nosotros bola de brutos pasando hambres porque no le entendimos lo que el decía”. Entonces lo hicieron no jefe de la tribu, desde entonces fue el gran chamán, el gran brujo. El que enseñaba a los demás a tener techo, sustento y cobijo.

(Anastasio Carrillo Guajardo “Tacho”; General Terán)

Véase: Mezcal, Sotol.

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